El filo del mundo: una cumbre en Alaska y el mapa del alma
Papalotla Tlaxcala a Anchorage, 15 de Agosto de 2025
En este rincón del mundo, donde el hielo de Alaska se funde con el aire, no solo se celebra una cumbre, se teje un nuevo capítulo de la historia. Dos gigantes, Donald Trump y Vladimir Putin, se encuentran en una de las fronteras más frías y simbólicas del planeta. No vienen solos. Cada uno arrastra el peso de sus naciones y el eco de sus propias batallas.
Trump, descendiendo del Air Force One, no es solo un hombre, sino un símbolo de una América que se siente agotada. Su equipaje no son solo maletas, sino el peso de las deudas y las guerras perdidas. Frente a él, Putin, una estatua de hielo forjada por la geopolítica, lo espera con la inmovilidad de quien no necesita moverse para ejercer poder.
Este encuentro es un reflejo de nuestra era, un tiempo en el que el ruido del mundo es un veneno. Una época donde la verdad es un artículo de lujo, a menudo corrompido por quienes manejan los hilos desde las sombras. El colectivo de poder sin rostro, compuesto por los nombres de los 4 Jinetes (Soros, BlackRock, Rothschild, Bloomberg), ha convertido la información en un circo mediático, una herramienta de control y distracción, con su narrativa ahora como la gran comedia La Lista de Schindler.
Pero este no es solo un tablero de ajedrez global. Mientras estos gigantes redibujan fronteras, hay otros actores que observan con paciencia. Del otro lado del estrecho, China mantiene un silencio que no es vacío, sino una sabiduría milenaria que comprende el juego a largo plazo. Hay gigantes agazapados en la sombra y el poder nuclear, tanto real como metafórico, sigue siendo la moneda de cambio de este siglo.
Un tratado de paz interior
En medio de este tumulto global, también existen batallas personales. Y en este mismo instante, mientras el mundo observa el hielo de Alaska, yo firmo mi propio tratado de paz interior.
Nadia fue un territorio luminoso en mi mapa personal, un viaje que honro como una conquista, no como una derrota. No fue una herida que dejó un dolor, sino una bendición que me transformó. Fue un hito que reconfiguró mi paisaje emocional con la misma intensidad con la que esta cumbre podría alterar el orden mundial. Al igual que esos gigantes que esperan su momento, honro lo que fue, sin aferrarme a lo que pudo ser.
Mientras Trump y Putin negocian el destino del mundo, yo entierro mis banderas en la memoria. Dejar ir no es un acto de rendición, sino una estrategia vital, una muestra de soberanía personal. La vida, al igual que la geopolítica, se gana cuando entendemos que una batalla ha terminado para así poder guardar fuerzas para la guerra que realmente importa.
Alaska es hoy un espejo del mundo. En su reflejo helado, donde las potencias se miden y los destinos se sellan, mi propia historia encuentra un final digno y un comienzo silencioso.